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Ascendente Sagitario

Nos vemos en el punto de reunión, nos organizamos, me dan el material; en sus marcas, listos, fuera. Primera casa, no contestan, segunda… tampoco, pasan 5 casas y en ninguna tengo suerte, me desanimo, esto no es lo mío, ¿a qué vine a perder mi tiempo cuando puedo estar jugando play station? ¿Vamos a ganar? Con este electorado, lo veo muy difícil. Y de repente, me abre una señora de unos 70 años la puerta, comienzo con el pitch prefabricado: Hola, buenas tardes. Mi nombre es Juan y estoy con un grupo de jóvenes que… … Veo que no funciona este guión así que me salgo de él y me empiezo a quejar de la ciudad, de la política, de todo lo que se me ocurre, “esa gente nos ha arrebatado la palabra política, la desvirtuó y le dio un significado perverso” y en ese instante hacemos click, empezamos a vibrar en la misma frecuencia. Por alguna razón siempre me entendí muy bien con las personas mayores, ¿me veían como su nieto? ¿los veía como mis abuelos? Definitivamente una mezcla de ambas.

Lo único constante en mí es que soy crónicamente inconstante, no me estoy quieto, no tengo un deseo inamovible, los objetivos fijos no existen y todo lo voy construyendo sobre la marcha. Estudié ingeniería, pero cuando me estaba graduando me arrepentí; me latían los negocios así que me metí a eso de la innovación y me aburrí también. Entonces un día comencé a interesarme en la política.

Mi inconstancia existencial, consecuencia de mi ascendente sagitario, me llevó a estar apoyando en todo y a la vez en nada en la campaña de Alejandra del Toro. Desde las primeras reuniones con Wikipolítica, donde se ponían sobre la mesa los distintos “puestos” de la campaña, yo siempre tuve dudas sobre cuál sería el lugar donde mejor me desempeñaría. Por eso preferí no estar en ninguno formalmente, ello me permitía seguir con mi rol en la organización y participar en las actividades que más me interesaran de la candidatura independiente.

Conforme fue avanzando la campaña, me di cuenta lo bueno que soy en la calle. La verdad es que tuve un flashback curioso: de chiquito mis papás me decían que era un vago porque me la vivía en la calle jugando maquinitas. Siempre lo tomé de forma peyorativa, pero quién se hubiera imaginado que el defecto no era tal, sino una virtud.

También me chocaba el sol, lo odiaba, y pues este es un enemigo que no te puedes permitir tener cuando haces política de calle y en Monterrey. Es más, si no se convierte en tu amigo cuando caminas kilómetros sobre planchas de concreto platicando con vecinos, definitivamente algo hiciste mal. Las brigadas se convirtieron en el alimento de mi espíritu, platicar con tantas personas amplió mi horizonte de una forma en la que ningún libro o película lo había hecho antes.

Ahí entendí la ciudad, comprendí que llevaba residiendo 10 años en en la sultana del norte, pero solo unas semanas viviendo en ella. Vi al monstruo directo en sus ojos orgullosos y través de ellos, su alma; un alma franca que se manifiesta en la hospitalidad regia y que, hasta entonces, no había tenido el gusto de conocer.

Estar en la calle y ser consciente de esta realidad abre el panorama de lo que es posible para esta ciudad, de la clase de representantes que podríamos tener y que puedan enarbolar todas las causas que realmente nos beneficiarían. ¿Por qué este trabajo no lo hace la clase política actual? Además de que se les ha hecho fácil continuar con las mismas prácticas mañosas y estar ensimismadas con una visión de ciudad que no corresponde a lo que se vive en las colonias, creo que tienen miedo, miedo a mostrar su verdadero yo, porque podrán armar un discurso elaborado lleno de promesas atractivas (aunque vacías), pero jamás empatizar a un nivel personal, a replicar esta conexión humana de naturaleza mística.

Si algo aprendimos en esta campaña es a desnudarnos. Las personas nos sentimos vulnerables cuando nos ponemos enfrente a otro ser humano y requiere una gran demostración de valentía el plantar cara a una vecina para comenzar a vislumbrar un panorama común y entender que este barco solo va a llegar a buen puerto cuando nos encontremos allá afuera.

Y justo cuando comprendí esto y disfrutaba cada actividad de campaña, me salió un viaje de trabajo, los días previos a la votación. Oficialmente debía regresar el 3 de julio, pero hice hasta lo imposible para mover fechas y poder estar aquí el primero, de ninguna forma me iba a perder estas elecciones. No estuve en el evento de cierre de campaña pero de cualquier forma me desquité pegando una estampita de Alejandra del Toro en algún puente de Amsterdam, ojalá siga ahí.

Los días posteriores a la votación fueron extraños, lloraba y no estaba seguro si era de alegría o tristeza. No puedo negar que me alegré de que haya ganado AMLO la presidencia, más por lo que representa para todas las luchas de izquierda que por su figura, pero los resultados para toda la Red de #VamosAReemplazarles fueron devastadores. Desde lo local, me tocó sufrir esto viendo a mis amigas y amigos de batalla lidiar de distintas formas, algunas llorando, otras enojándose y otras más cerrándose, pero al fin y al cabo, todas sufriendo.

Y nada, pues llega otro día y aquí seguimos, de pie viviendo en la misma ciudad, esa ciudad que nos demostró que al menos existen 4,100 personas que creen en un proyecto basado en el amor, es por esas personas y por todas las demás con los mismos ideales que sigo haciendo política de forma gustosa.

Creo que los puntos de vista siempre convergen cuando la conversación es honesta y de frente. Todas las personas estamos de acuerdo en que los gobiernos deben ser buenos, pero diferimos ampliamente en el cómo lograrlo y esta diferencia se exacerba cuando se expone a través de redes sociales: los descalificativos abundan y son el pan de cada día, pero en las calles esto simplemente no sucede así. No solo es por cortesía y porque no se atrevan a mentarte la madre si te ven de frente, también creo que se debe a que hay un componente psicológico que te hace empatizar con una persona de carne y hueso, nos volvemos conscientes de nuestra humanidad. Si lo virtual amplifica nuestras diferencias, lo presencial potencializa nuestras semejanzas.

Y aunque las estrellas me ofrezcan esta idea de inestabilidad como parte de mi yo, ya no me siento incapaz de tener objetivos claros. Creo que he encontrado mi vocación y es dedicar mi vida a que nos encontremos. Daré hasta mi último aliento para que las personas que vivan en esta ciudad, tengan esa oportunidad de coincidir y humanizarse a través del contacto que solo existe cuando nos vemos a los ojos.

El sol me pega en la cara y el sudor me recorre la espalda. Vengo de blanco porque es el color idóneo para rebotar los rayos solares. No, no me puse bloqueador y sé que al rato me voy a arrepentir. Pero por primera vez estoy disfrutando el calor, ese que no me dejaba dormir por las noches o que me hacía meterme a bañar hasta tres veces al día. Supongo que nunca había encontrado una actividad que disfrutara hacer.

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